En la etapa evolutiva de la adolescencia es difícil saber si algunos cambios son resultado normal del desarrollo del adolescente o si son signos de un trastorno que está comenzando a desarrollarse. Además, existen casos en los que los padres no son capaces de de detectar las conductas patológicas en los hijos hasta bien avanzada la enfermedad, lo cual puede tener que ver con sus mecanismos defensivos.
Uno de ellos es el llamado síndrome de la vida es bella en el que las familias tratan de ocultar los conflictos, dificultades y las historias negativas o dolorosas, mostrando sólo el lado positivo de la vida y dando una falsa imagen de felicidad y armonía. El otro es la tendencia perfeccionista por la creencia de que haciéndolo todo bien, todo irá bien.
Esto, que aparentemente puede resultar inocuo para nuestros hijos, entorpece la elaboración de duelos y el desarrollo de estrategias de afrontamiento ante las adversidades y en algunos casos derivar en graves riesgos para la salud física, como ocurre en los trastornos de la conducta alimentaria.
Tener una enfermedad mental es parte de lo oscuro y los padres muchas veces se resisten a aceptarlo ya que la vida podría no ser tan bella.
Escuchar a nuestros hijos y estar cerca de ellos nos ayuda a entender su sufrimiento y a tomar conciencia de la situación, solicitando ayuda en etapas más tempranas de la enfermedad, donde el tratamiento generalmente tiene mayor probabilidad de éxito.
Es importante reconocer que ellos no van a ser los únicos implicados en el tratamiento, la familia es piedra angular en el proceso terapéutico y, por tanto, fundamental su presencia y colaboración.