PÉRDIDAS Y DESPEDIDAS: CÓMO AYUDAR A NUESTROS HIJOS EN LOS PROCESOS DE DUELO

La educación que recibe la población infantil sobre la muerte comienza en su familia y sigue en el entorno de la escuela-instituto-colegio. Por eso nos parece importante arrojar información a las familias acerca del duelo en la infancia, de cara a tener una mejor comunicación sobre este tema con los más pequeños.

Los adultos con frecuencia pensamos que el dolor que hemos podido sufrir por la muerte de una persona cercana o el miedo a que algo así nos suceda es algo tan terrible que es mejor evitar ese dolor a los niños. Pero ellos preguntan desde muy pequeños por la muerte, son muy curiosos, tienen interés por todo lo que les rodea, pero poco a poco van percibiendo que sus mayores se ponen nerviosos con este tema, que lo eluden o dan explicaciones que no entienden. En definitiva, se dan cuenta de que es un tema que es mejor no tocar, con lo cual van dejando de hacer preguntas. Por ello se puede convertir en un tema muy difícil de abordar con ellos en el momento en que la muerte de un ser querido llega.

Estos son algunos de los mitos más comunes respecto al duelo en la infancia y la adolescencia que conviene poner en cuestión:

“Los niños no se dan cuenta de lo que sucede tras una pérdida”.

Sin embargo, está demostrado que se dan perfecta cuenta de la muerte cuando muere alguien que es significativo para ellos y de los cambios que se suceden a su alrededor en las personas queridas.

“Los niños no elaboran el duelo”.

Es evidente que lo elaboran, pero su modo de manifestarlo es diferente al de las personas adultas y lo expresan de distintas formas dependiendo de su edad.

“Debemos protegerlos para que no sientan dolor y sufrimiento, por lo que es mejor disimular y no mostrar nuestro dolor”.

No hay nada que les impida el dolor y el sufrimiento de una pérdida significativa. Cuando se los excluye de esta experiencia pensando que así van a ser más felices, estamos evitando que desarrollen las habilidades necesarias para enfrentarse a situaciones que inevitablemente van a tener que afrontar en su vida y además les estamos enseñando que mostrar los sentimientos no es bueno, que deben fingir u ocultar sus emociones.

“En la infancia no se comprenden los rituales y además les pueden traumatizar, por lo que es mejor que no asistan a ellos”.

El que acudan al tanatorio y/o a los funerales ayuda a los más jóvenes a hacer real la muerte del ser querido. Cuando son excluidos de los rituales se sienten olvidados, pueden sentir que no son parte de la familia, que su dolor es menos importante.

La mejor manera de ayudar a nuestros hijos a elaborar el duelo es comunicárselo con un lenguaje adecuado a su edad, incluirlos en las actividades familiares y darles espacio para que se expresen y compartan emociones, rituales, etc. siempre acompañados por una persona adulta.

Hay gran coincidencia entre los expertos en que, a partir de los 6 años conviene ofrecerles participar en la visita al tanatorio o a los funerales. Si es así, estarán siempre acompañados por alguna persona cercana, anticipándoles lo que van a ver, lo que va a suceder y estar siempre dispuestos a responder a sus preguntas. Por debajo de los 3 años es posible que no entiendan nada de los rituales y se puedan asustar. No hay tanta coincidencia sobre el modo de actuar entre los 3 y 6 años pero, como orientación general, se aconseja ofrecerles la posibilidad de participar en un grupo reducido en la visita al tanatorio o a los funerales con personas conocidas.

Además debemos ayudar y acompañar al niño o adolescente en las tareas del proceso de duelo:

  • Aceptar la realidad de la pérdida: Acompañar al niño en la falta de esa persona. Es necesario afrontar que esa persona ya no está, y que no volverá. El niño también ha de asumir que ya no volverá a verlo.
  • Gestionar las emociones incluyendo el dolor: emociones como la tristeza, depresión, sensación de vacío, etc. son normales que el niño sentirá y que hay poder sostener y tolerar, no tratar de negarlas o evitarlas.
  • Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente: esta tarea supone un cambio de circunstancias y una redefinición de roles para seguir creciendo y no quedarse estancado, es posible que el adolescente asuma nuevas tareas que hasta ahora realizaba la persona fallecida, la adaptación a este cambio también forma parte del proceso de duelo.
  • Adaptarse emocionalmente al fallecido y seguir viviendo: Los recuerdos de un ser querido nunca se pierden. No se puede renunciar al fallecido, sino encontrarle un hueco apropiado en nuestros corazones, de modo que podamos mirar atrás y hablar de él sin sufrimiento. El niño no olvidará al fallecido, y podrá mirar hacia delante igual que los demás, pese a la pérdida.

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