Permitid que iniciemos este post con una definición física:
Se llama resiliencia de un material a la energía de deformación (por unidad de volumen) que puede ser recuperada de un cuerpo deformado cuando cesa el esfuerzo que causa la deformación.
Pues sí, así es, el concepto tan de moda actualmente en psicología, proviene del campo de la física, y hace referencia precisamente, como indica la definición, a la capacidad de los cuerpos, a volver a su estado inicial, una vez que se ha retirado la presión que se ejercía sobre ellos.
Cuando nos referimos a este concepto como una aptitud personal, nos referimos a la capacidad que tenemos de sobreponernos a acontecimientos negativos, una vez han desaparecido en el tiempo.
Con frecuencia nos encontramos pacientes en la consulta, que nos explican como desde el fallecimiento de un ser querido, o una ruptura sentimental, no han vuelto a ser los mismos. Quizá ahí esté el error, en pretender ser los mismos tras un acontecimiento vital tan relevante, y no hacer el aprendizaje y crecimiento consecuente. Pero centrándonos en lo más cotidiano, muchas veces no somos capaces de pasar página, y si hemos tenido en desencuentro con un compañero a primera hora de la mañana, no somos capaces de reponernos, y ya arrastramos ese malestar a lo largo del día. Claro, que a los que somos adultos ahora, nadie nos enseñó a ser resilientes.
¿Por qué es importante que los niños aprendan a serlo?
Porque de lo contrario, es altamente ineficiente, poco constructivo, y nos lleva a no crecer con cada vivencia, sino a quedarnos atrapados por la emoción.
Podemos ayudar a que nuestros hijos sean resilientes siguiendo las siguientes pautas:
- Intentar dar la importancia en su justa medida, a las emociones de los niños, ayuda a que las elaboren de manera adecuada. Si minimizamos, se sentirán incomprendidos y sentirán que sus sentimientos no son tan válidos como los de los adultos. Si, en cambio, los engrandecemos, la repercusión de los pequeños conflictos o problemas cotidianos, favorecemos a la cronificacion de los mismos. En ninguno de los dos casos favorecemos que los niños se sobrepongan con naturalidad, ni que elaboren de manera constructiva sus emociones.
- Respetar los tiempos, aunque es normal que a los padres nos angustie el malestar emocional de nuestros hijos, esa parte debemos gestionarla cada cual. Entender que los niños necesitan su tiempo para elaborar las emociones, y que eso suele ir acompañado de una expresión más manifiesta que en los adultos (llanto, rabieta, etc.)
- Dejar que asuman las consecuencias naturales de las situaciones. Si por ejemplo, tienen un conflicto con un amigo, y mediamos los padres, no estamos permitiendo que la situación fluya de manera natural, y estaremos engrandeciendo una situación, que entre ellos solucionarán, muy probablemente, al día siguiente, volviendo a jugar con naturalidad.
- Como siempre, intentar ser buenos modelos. Esto no implica, dejar de expresar delante de los niños nuestras emociones, al contrario, es bueno mostrar con normalidad nuestro enfado, por ejemplo, pero con una expresión ajustada a la situación. Tan interferente es para la construcción de una adecuada resiliencia, la alta emoción expresada, como la contención.
- Por otro lado tendremos que mostrarles posteriormente, que una vez resuelta la situación que nos ha hecho sentirnos, de una manera determinada “ponemos el contador a cero”. Pensad qué le estamos trasmitiendo a nuestros hijos si discutimos con nuestra pareja y nos pasamos días sin hablarnos y sin ser capaces de resolver el conflicto.
- Trasmitirles que los problemas y los errores, forman parte de la vida, y que son oportunidades para aprender y superarnos.
Mejorar nuestra capacidad de resiliencia y ayudar a nuestros hijos a adquirirla, les ayudará a vivir y crecer, emocionalmente más equilibrados y felices.