5 señales de alarma ante un posible trastorno de la conducta alimentaria

Mientras seguimos haciéndonos cargo de los estragos psicológicos que en nuestra sociedad ha generado la pandemia, me gustaría hablaros de uno de los trastornos mentales que, especialmente en esta época, vemos en nuestras consultas cómo está aflorando con fuerza en la población infantojuvenil. Se trata de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), entre los que se incluyen la anorexia, la bulimia y el trastorno por atracón.  

Imagino que al igual que nosotros, os preguntaréis: 

¿Por qué ahora están aumentando los casos?

No son pocas las razones que podrían explicar el despunte de dichas patologías, si bien queda claro que ciertos condicionantes ambientales están ejerciendo un papel determinante.

Si tenemos en cuenta, que este tipo de trastorno nace de los déficits cognitivo-emocionales para hacer frente a las dificultades que la vida trae consigo, es de esperar que, un ambiente marcado por un repertorio de emociones negativas como son el miedo, la incertidumbre, la inseguridad, el aislamiento, el aburrimiento, el hastío o la insatisfacción personal, se convierta en un campo abonado para el desarrollo de dichas patologías, especialmente en aquellos niños o jóvenes más vulnerables o con menos recursos personales de afrontamiento. Unido a esto, no nos podemos olvidar del impacto sin precedente de la sobreexposición a las redes sociales en los niños y adolescentes; exposición a la que la situación de pandemia que hemos pasado, sin duda, ha contribuido.  

Dicho esto, más que nunca, es importante que los padres tengamos en mente cuáles son algunos de los signos conductuales y/o emocionales “de alarma”, que pueden aparecer en las primeras etapas del trastorno; para que, una vez identificados de forma precoz, podamos poner en marcha un plan de acción integral lo antes posible, aumentando de esta forma las probabilidades de éxito del tratamiento.  

5 signos de alarma ante un trastorno de la conducta alimentaria

  1. Conversión de las comidas principales en una serie de conductas ritualizadas: cortar los alimentos en porciones muy pequeñas, pesar los alimentos o eliminar la grasa que puedan llevar consigo (pasándoles una servilleta, aclarándolos previamente con agua, separando las salsas o eliminando los rebozados…).  
  2. Dada la necesidad de controlar todo aquello que se ingiere, es habitual que traten de intervenir activamente en la preparación de los menús en casa. Muchas veces, con el pretexto de mantener una alimentación saludable, tienden a “arrastrar” al resto de la familia a comer de una determinada manera, fundamentalmente a base de alimentos hipocalóricos (verdura, fruta…). 
  3. Intensificación del ejercicio físico. En muchas ocasiones para seguir perdiendo peso; en otras para eludir el malestar generado por el excesivo control de la alimentación; para experimentar sensación de “poder y control” similar al alcanzado con la restricción alimentaria; o incluso para “castigarse” por haber comido más de lo permitido. Suelen tratarse de rutinas deportivas intensas, normalmente llevadas a cabo en solitario y de forma compulsiva (son frecuentes las tablas de abdominales, sentadillas, largos paseos, salidas a correr…). 
  4. En relación con el modelo de entrega y comportamiento al que muchas veces de forma inconsciente aspiran, es frecuente que asuman las tareas domésticas del hogar, de las cuales se sirven para aumentar el gasto calórico. Así pues, no es infrecuente que traten de hacerlo todo en casa; desde planchar, fregar, cocinar… 
  5. En el plano emocional, puede presentarse un estado de irritabilidad, apatía, desgana o tristeza; que en la mayoría de casos deriva en un cuadro de progresivo y sutil aislamiento familiar y social. En este punto es importante tener en cuenta que, este tipo de trastornos asocia con frecuencia dificultades en el reconocimiento y manifestación de las emociones, especialmente de las negativas, lo que a su vez se relaciona con el temor a la pérdida de la apariencia de perfección (en relación no tanto a la física, sino a la que tiene que ver con su forma de ser o relacionarse). Dicho esto, podemos entender cómo en muchos casos, las emociones negativas estarán ocultas bajo una “fachada” de optimismo irreal y falsa seguridad.   

En el caso de estar sospechando que tu hijo/a puede presentar alguna de estas conductas de “alarma”, no dudes en hablar con el/ella y poneros en contacto con un especialista que pueda diagnosticar y tratar bien la situación.

Maria Arrieta, Psiquiatra en Psikids.

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