¿Cuantas veces nos quejamos del ritmo vertiginoso del día a día, sujetos siempre a la tiranía del reloj y a las prisas?
Pero es curioso, cómo llegan épocas estivales, y desde meses antes, estamos buscando cosas para hacer con nuestros hijos, y volvemos a caer en el mismo agobio, eso sí, cambiando de tipo de actividad. No somos capaces de deshacernos de esa inercia que nos lleva a tener que estar siempre haciendo cosas, porque parece que si no estamos perdiendo el tiempo (con lo valioso que es). ¿Por qué no aprovechamos las Navidades para parar? Pero parar de verdad. Parar y agudizar nuestros sentidos.
¿Cuánto tiempo hace que no te paras a observar a tus hijos jugar?
Sin corregirles, sin intervenir, simplemente mirar como lo hacen. En nuestra vida cotidiana, si conseguimos sacar un rato para que puedan jugar, aprovechamos para hacer otras cosas más importantes, que mirar como juegan nuestros hijos. Este pequeño gesto, nos ayuda a conocer mejor a nuestros hijos, a acercarnos a ellos, a detectar cuáles son sus puntos fuertes y débiles, sus gustos, a entender el por qué a veces se frustran jugando, el por qué otras se abstraen de tal manera que no nos oyen cuando los hablamos.
Y hablando de oír…estaría muy bien que estas Navidades, fuéramos capaces de escuchar de una manera activa, dejándoles que se expresen sin juzgarles, con paciencia, cariño y respeto. Hacer el esfuerzo de que nos interesen esas largas historias que cuentan, que esperamos su fin impacientemente, o que, por lo general, medio atendemos, haciendo otras cosas a la vez. Escucharles sin tener el móvil en la mano, sin interrumpirles…en conclusión, escucharles como a nosotros nos gusta que nos escuchen.
El tacto es otro sentido que no tenemos desarrollado en todo su potencial. Damos besos y abrazos casi por hábito, muchas veces sin pararnos a darles la atención que se merecen. Aprovechemos este tiempo de vacaciones, para poder pararnos a disfrutar las muestras de afecto de verdad.
Dicen que los abrazos curan, que las caricias de papá y mamá no hay ningún mal que no puedan remediar, hacérselo saber a vuestros hijos dándoles la importancia que realmente tienen, no convirtiéndolos en una rutina.
¿Alguien es capaz de recordar el olor de las Navidades de cuando era niño?
La mayoría seguro que sí. Cuando éramos pequeños se nos hacía participe de los preparativos de las comidas y cenas navideñas. Dependiendo de las costumbres de cada familia, unos recordarán el olor al asado que hacia su abuela, otros a los dulces caseros y otros… a la pólvora de los petardos. Estos se convierten en recuerdos imborrables en nuestra memoria, de manera que, si tenemos la oportunidad de volverlos a oler, inevitamente nos invadirán las mismas sensaciones y emociones de las Navidades de nuestra infancia. Eduquemos a nuestros hijos para que sean conscientes de esas pequeñas cosas, no les privemos por las prisas, de disfrutar de los olores del hogar y de ayudar en la cocina, por llegar a mesa puesta corriendo de un estupendo y carísimo espectáculo. Y del gusto… que os vamos a contar.
Os deseamos unas felices y “sentidas” Navidades a todos.