El mundo actual nos exige ser cada vez más creativos, exitosos y felices y se estigmatiza el fracaso. Los padres sometemos a nuestros hijos a una dinámica tremendamente exigente. Tienen que hablar idiomas, tocar algún instrumento musical, practicar un deporte con solvencia, y destacar académicamente; en definitiva, pretendemos convertirlos en super humanos al amparo de la creencia errónea de qué de esta forma les garantizamos un blindaje contra la frustración, blindaje que se desvela ineficaz en muchos casos por obviar un aspecto tan importante como la capacidad social y emocional.
De nada sirve que nuestros hijos sean bilingües, deportistas, músicos y licenciados brillantes si no saben regular sus emociones, entenderlas correcta y eficazmente y no están preparados para la posibilidad de lo adverso.
A veces una derrota nos ayuda a avanzar
Hemos olvidado o descuidado la formación para entender y aprender de situaciones adversas o frustrantes, y cuando estas llegan (siempre lo hacen) recurrimos a enfoques o métodos que las abordan desde la perspectiva de la eliminación y el olvido antes que desde la perspectiva de la asunción de la situación y el aprendizaje. En muchas ocasiones es necesario sentirse derrotado para avanzar y para esto último es necesario poseer los elementos precisos para comprender la situación, asumirla y utilizar los recursos cognitivos y emocionales adecuados para conservar nuestro equilibrio psicológico.
En definitiva, estamos dejando de lado algo tan importante como el entendimiento y conocimiento de las emociones primarias (ira, tristeza, asco, alegría, miedo) y secundarias (compasión, amor, empatía). No podemos evitar sentir miedo, ira o tristeza pero sí podemos aprender a gestionarlas.
Relaciones tecno-sociales
Además, en el entorno anterior ha irrumpido hoy en día con extraordinaria fuerza el elemento tecnológico aplicado a las relaciones sociales que ha modificado el concepto tradicional de las mismas anonimizando a los sujetos en muchos casos, distorsionando lo emocional y generando un aumento de las patologías ligadas al desarrollo afectivo/emocional.
La pregunta que se nos plantea a los profesionales de la salud mental es cómo conciliar la complejidad del nuevo entorno de relaciones “ tecnosociales” con los postulados de la denominada teoría de la mente que se centra en la habilidad de las personas para comprender y predecir la conducta de otras, evaluar sus conocimientos, sopesar sus intenciones e identificar sus creencias
Para ello es primordial entender e interpretar las emociones básicas, utilizar la expresión metafórica, detectar las mentiras , entender y usar la ironía, interpretar emociones sociales complejas a través de la mirada o la cognición social, etc. El aprendizaje de estas estructuras no sólo tiene un componente genético sino que también y principalmente se adquieren por aprendizaje.
Super humanos vs personas equilibradas psíquica y afectivamente
No pretenden estas líneas abogar por una tendencia antitecnológica. Nada más lejos de la realidad. Tampoco pretendo demonizar a los nuevos modelos de relaciones sociales antes mencionados
Lo que se plantea, como dije anteriormente, es la forma de conciliar la irrenunciable naturaleza social del ser humano con los avances tecnológicos que inciden o modifican dicho carácter social.
Es necesario pues que las familias recuperen el papel de motor educativo en valores y emociones en aras a formar más que superhumanos personas equilibradas psíquica y afectivamente que sean capaces de asimilar y aprender un acervo emocional que les posibilite afrontar con seguridad y eficacia cualesquiera situaciones que les alejen de su zona de confort.
Habrá que prestar especial atención al adecuado desarrollo de emociones tales como la empatía o la compasión con el fin de prevenir en un futuro el incremento de los casos de acoso escolar o laboral que tanta alarma social crean. Esta función educativa se debe continuar con firmeza en los centros escolares y laborales evaluando a los alumnos o empleados no sólo por su nivel académico o formativo sino también por el desarrollo de sus habilidades sociales, afectivas y emocionales.
Por último, desde las administraciones públicas también sería recomendable el fomento de campañas mediáticas para prevenir que los ciudadanos cuando “circulen” por autopistas emocionales (en las que no hay límite de velocidad) lleven siempre puesto el cinturón de seguridad.