Es habitual que los padres nos preocupemos por todas las cosas que le puedan pasar a nuestros hijos, algunos son riesgos razonables y debemos estar alerta, así como realizar cuantas acciones preventivas podamos. Aunque otras muchas veces esos riesgos son altamente improbables y, mientras que ocupamos gran parte de nuestras energías en estos posibles aunque poco probables riesgos, se llegan a desatender otras cuestiones realmente importantes.
Quizás nos hayamos complicado la vida en exceso, pero es una realidad que la maternidad y la paternidad son tareas cada vez más exigentes que requieren una adaptación constante de nuestros recursos como padres a las necesidades de nuestros hijos ¡Si nuestros abuelos levantaran la cabeza!
A nadie se le escapa que lo que necesita un niño de cuatro años es diametralmente diferente a lo que necesita un niño de 14 años, y a su vez, esto es diferente a lo que necesita una niña de 15. Pues bien, una equivocación frecuente es pensar que lo que hago hoy y me funciona, me va a ser igualmente útil mañana y que nuestros hijos siempre nos van a hacer caso por el “mero hecho” de ser sus padres.