Los niños deben ser niños y esto no es redundante, es importante. Ha costado mucho consolidar las estrategias de protección a la infancia, teniendo en cuenta que es una etapa de especial vulnerabilidad en el desarrollo y que repercutirá en el adulto del mañana.
La sociedad de hoy presenta una dualidad cuanto menos llamativa. Por un lado, parece tener mucha prisa en llenar de experiencias y de información a los más pequeños. Mientras que por otro lado, prolonga la adolescencia hasta edades insospechadas hace tan solo unos años. Hoy encontramos adolescentes funcionales con edades muy superiores al limite de la mayoría de edad.
En este sentido las experiencias tempranas, si son demasiado precoces y recaen sobre una personalidad inmadura, no serán inocuas. El que la sociedad en su conjunto haya optado por acelerar sus tempos, no debería repercutir en los menores, la evolución no se puede, o mejor no se debe acelerar. El crecimiento que debe producirse no solo es físico, sino que sobretodo debe ser psicológico.
En los últimos años se han producido cambios que han afectado y que están afectando a los más pequeños de la casa. La revolución tecnológica les ha situado ante un mundo oportunidades, pero también de amenazas. Las series de televisión, y los estereotipos de adolescentes que presentan, están generando en muchas ocasiones, confusión entre muchos jóvenes. Alarmante es la actitud de algunos medios de comunicación y los mensajes ambivalentes en relación a las conductas de riesgo, principalmente en lo relacionado con los consumos de drogas. No es tiempo de buscar culpables, sino de buscar soluciones, la clave no está en lo que no hemos hecho bien, sino en lo que podemos hacer mejor.
Pensemos que solo serán adultos, cuando sean realmente autosuficientes para afrontar los retos de la vida y eso no lo marca el calendario, ni mucho menos las modas, sino el proceso individual de maduración.
Dr. Javier Quintero/ Artículo publicado en La Razón. 17 de noviembre de 2011